En ese momento Leo comenzó a volar sobre un mundo fantástico a lomos de su cuento, que parecía una especie de alfombra voladora. Lo primero que vio, sobrevolando el mar, fue una gigantesca ballena blanca que arrastraba una pequeña barca de marineros asustados, a los que ayudó a volver a su barco.

Poco rato después divisó una isla en medio de ese océano. En ella escuchó sonidos de lucha, de disparos y sables piratas, e incluso le pareció entender algo de un tesoro y una frase entre tanto jaleo:

- ¡Me las pagarás pequeño Jim!

Asustado, siguió surcando el cielo cuando un gigantesco animal metálico emergió de entre las olas. Resultó ser el submarino más grande que había visto jamás, comandado por un tal Capitán Nemo.

Pero para Leo no habían acabado los sobresaltos. Y durante el resto de su travesía conoció a una pequeña sirena que quería ser humana, y a un hombre que huía de una isla habitada, según él, “por vengativos liliputienses”.

Justo en ese momento el niño abrió los ojos. Al hacerlo se dio cuenta de que estaba rodeado de decenas de libros entre sus sábanas, y que en realidad todo había sido un emocionante sueño.

Por eso a Leo le encantaba leer un ratito antes de irse a dormir.